Domingo y su encuentro con el Señor...
A propósito del dies natalis de Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán, al cumplirse 800 años de su transito al cielo.
Era un 06 de agosto pero del año 1221, Domingo con su Orden perfectamente estructurada y más de sesenta comunidades en funcionamiento, agotado físicamente, tras breve enfermedad, entrega su espíritu a Dios. A penas tenía 51 años de edad, pero una vida digna de admirar que pocos podrían configurar.
Era un atardecer y a pesar de la tristeza que embargaba a sus queridos frailes por ver como su fundador partía, Domingo mantenía su serenidad, pues sabía que iba a encontrarse con aquel Dios que predico de día y de noche; pero con la plena convicción que la obra que él inicio, continuaría dando frutos y serviría a la iglesia. Y así en santa paz, entrego su espíritu en aquella tarde en una humilde celda del Convento de San Nicolás de Bolonia.
Es Fray Enrique Lacordaire, quién recopila los diferentes testimonios de quienes acompañaron a Santo Domingo en su transito al cielo, del cual nos permitimos extraer extractos de aquellos momentos tan emotivos.
Se menciona que ya Domingo, conocía la fecha en la cual partiría al cielo, por una revelación que llego a tener . Un día estaba orando y suspirando ardientemente por la disolución de su cuerpo, un joven de gran belleza se le apareció diciéndole: “¡Ven amado mío, ven a gozar!” (Bartolomé de Trento: “Vida de Santo Domingo”, n. 13.) Al mismo tiempo supo de la época precisa de su muerte, y al ir a ver a algunos estudiantes de la Universidad de Bolonia por quienes sentía afecto, después de muchos discursos, se levantó para retirarse, exhortándoles a que despreciasen el mundo y tuviesen siempre presente la hora de la muerte. “Amigos míos - les dijo -, ya veis que gozo de buena salud; pues bien: antes de que llegue la Asunción de Nuestra Señora habré abandonado esta vida mortal.” (Gérard de Frachet: “Vidas de los Hermanos”, lib. II, capítulo XXVIII.)
Ya en el Convento de Bolonia, después de la oración, Fray Domingo manifestó a Fray Ventura que sentía cierto grado de malestar, acompañado de dolor cabeza y fiebre. De Fray Domingo, no se documenta que en vísperas de su partida, se escuchara gemido, queja, o incomodidad.
Al ver que su enfermedad se iba agravando, llamó a los frailes novicios y con las más dulces palabras, que animaban la alegría de su rostro, les consoló y les exhortó a que hiciesen el bien.
Posteriormente a los frailes mayores, les confeso acerca de su virginidad como gracia de Dios; luego les indico, Persistid en servir a Dios con el fervor del espíritu; procurad sostener y extender esta Orden, que está solo en sus comienzos; sed estables en la santidad, en la observancia regular, y creced en virtud.” (Teodorico de Apolda: “Vida de Santo Domingo”, cap. XX, n. 234.)
Después de esto se volvió otra vez hacia ellos, y empleando la forma sagrada del testamento, dijo: “He aquí, hermanos míos, muy amados, la herencia que os dejo como a hijos míos que sois: sed caritativos, sed humildes, poseed solamente la pobreza voluntaria.” (El B. Humberto: “Vida de Santo Domingo”, n. 53.) Y con objeto de dar mayor sanción a la cláusula de este testamento que se refería a la pobreza, amenazó con la maldición de Dios y con la suya a quien se atreviese corromper su Orden introduciendo en ella la posesión de bienes terrenales.
Fue trasladado a Santa María del Monte, iglesia dedicada a la santa Virgen, para intentar reanimarle, sin embargo la enfermedad rebelde a todos los remedios y a todos los votos, empeoró.
Domingo les pronunció un discurso, que no conservamos, pero del que se dice que nunca brotaron de su corazón palabras tan enternecedoras como aquellas. Inmediatamente recibió el Sacramento de la 147 Extremaunción. Luego, al saber que el religioso encargado de la iglesia de Santa María del Monte se prometía guardar su cuerpo para inhumarlo en ella, dijo: “No quiera Dios que se me entierre en sitio que no sea bajo los pies de mis hermanos. Llevadme fuera, y llevadme a esa viña, para que muera en ella y podáis darme tierra en nuestra iglesia.” (“Actas de Bolonia”, declaración de fray Rodulfo, n. 7.) Había pasado una hora desde su llegada a Bolonia, y al ver que los religiosos no habían pensado, conturbados por su dolor, en la recomendación del alma, hizo llamar a fray Ventura y le dijo: “Preparaos.” Ellos se prepararon, viniendo a colocarse con solemnidad en derredor del moribundo; entonces Domingo les dijo: “esperad un momento.” aprovechando Ventura estos instantes extremos, dijo al santo: “Padre, ya sabéis en qué tristeza y desolación nos dejáis; acordaos de nosotros ante el trono del Señor.” Entonces, Domingo, levantando los ojos y las manos al cielo, oró de la siguiente manera: “Padre santo, he cumplido vuestra voluntad, y he conservado y guardado aquellos a quienes me concedisteis; ahora os encomiendo que los guardéis y los conservéis.” Un momento después dijo: “comenzad.” y ellos principiaron la recomendación solemne del alma, haciéndolo Domingo con ellos; al menos, así parecía por la manera como movía los labios. Pero cuando llegaron a estas palabras: “venid en su ayuda, santos de Dios; venid a buscarle, ángeles del Señor; tomad su alma y llevadla a la presencia del Altísimo”, sus labios se movieron por última vez y sus manos se elevaron al cielo, y Dios recibió su espíritu. Era el 6 de agosto del año 1221, a mediodía y viernes.
El mismo día y a la misma hora, fray Guala, prior del convento de Brescia, que después fue obispo de dicha ciudad, al apoyarse un momento contra el campanario del convento se vio invadido por un ligero sueño. En este estado vio con los ojos del alma que el Cielo se había abierto y que de esta abertura descendían dos escaleras que llegaban hasta la tierra. En la parte superior de una de las escaleras estaba Jesucristo, y en la otra la bienaventurada Virgen, su Madre. Abajo, entre ambas escaleras, había colocada una silla, y sobre ella una persona sentada, que, al parecer, era un religioso; pero no se podía saber cuál, por tener la cabeza cubierta por su capucha a la manera como se cubre la de los muertos. A lo largo de las dos escaleras ascendían y descendían los ángeles entonando cánticos; las escaleras se elevaban hasta el cielo, atraídas por Jesucristo y su santa Madre, y con ellas la silla y la persona que en ella estaba sentada. Cuando ambas escaleras estuvieron ya en lo alto de la abertura, el cielo se cerró y desapareció la visión. Fray Guala, Aunque enfermo aún de 148 una reciente enfermedad, salió inmediatamente para Bolonia y se enteró de que Domingo había muerto el mismo día, a la misma hora en que había tenido tal visión.
Los frailes depositaron el cuerpo de su padre en un cofre de madera sencilla, cerrando con grandes clavos de hierro. En él fue colocado el santo, tal como se encontraba en la hora de su muerte, sin otro aroma que el de sus virtudes. En el interior de la iglesia, bajo sus losas, se abrió una fosa, en la cual se formó una especie de nicho con grandes piedras. Bajaron el féretro, recubriéndolo con una losa pesada, que se cimentó cuidadosamente para que ninguna mano temeraria pudiese tocarlo. Sobre aquella piedra no se grabó inscripción alguna; tampoco se elevó sobre ella ningún monumento. Domingo estaba verdaderamente bajo los pies de sus hermanos, como quería
Sus funerales fueron presididos por un gran amigo de Domingo, cardenal Hugolino, obispo de Ostia y luego Romano Pontífice con el nombre de Gregorio IX, quién adelantaría su proceso de canonización.
Autor: Juan Pablo González Cárdenas
Fuente: Lacordaire, E. (S.f.). Vida de Santo Domingo de Guzmán . Buenos Aires : TRADITIO SPIRITUALIS SACRI ORDINIS PRÆDICATORUM.